El valor del silencio
“No turbar el silencio de la vida
Esa es la ley,
Y sosegadamente llorar, si hay que llorar,
Como la fuente escondida”.
Desde hace muchos años se han impreso estos versos de González Martínez, y me han llevado a destacar, para apreciarlo, el valor que tiene el silencio, al silencio que aquí adquiere, en la poesía, la jerarquía suprema.
Desde luego, no hay música sin pausas y el valor de la palabra muchas veces está en función de los silencios que separan una palabra de otra, una frase de otra y un periodo de otros.
Desde luego, también se puede hablar con el silencio, puesto que hablamos con los ojos, con las manos, con el cuerpo, y hablamos con los hechos.
Pensar y valorar el silencio, en principio, puede hacernos educados y prudentes, es decir, puede llevarnos a darle a las palabras el verdadero valor que tienen, de tal manera, que no pequemos de charlatanes, de jilgueros, de habladores.
Hablar y callar se convierten así en saber hablar y saber callar. Saber hablar será entonces decir lo necesario, lo positivo, lo propio y evitar hablar por hablar o hablar sin sentido. Saber callar será signo de respeto y homenaje. Cuando escuchamos el toque de silencio y cuando guardamos un minuto de silencio lo dedicamos a honrar a un amigo que se nos adelanto en el viaje.
Saber callar, será muestra de discreción cuando guardamos un secreto. Saber callar será símbolo de prudencia cuando enmudecemos para no lastimar gratuitamente.
Saber callar será lo mismo que habilidad cuando hablar nos puede llevar a entorpecer una situación social o política. Saber callar será astucia cuando tenemos que sorprender al enemigo en una guerra, en una invasión o en una competencia.
Saber callar será sencillez y solidaridad humana, cuando la palabra puede ofender y establecer distancias inconvenientes.
Saber callar será también podernos concentrar y estudiar y aprender porque sólo se estudia y se aprende en silencio.
Saber callar, en fin, será la prueba suprema de la ética puesto que en un versículo de la Biblia se nos recuerda que: “el bien que hagamos con la mano derecha, no lo debe conocer nuestra mano izquierda”.
Saber callar, en fin, será medir nuestra pequeñez y grandeza en el cosmos y será acercarnos a Dios y será conocer la dimensión exacta del amor que nos acerca y nos confunde con todos y con todo.
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