La revolución Mexicana y la crisis
Manuel Mas Araujo.
La historia de México se articula en tres ejes principales: la Independencia, la Reforma y la Revolución: en este año conmemoramos dos cientos años de la Independencia, ciento cincuenta años de las Leyes de Reforma y cien años de la Revolución Mexicana. Para comenzar, me importa señalar que estos tres movimientos armados, orgullo nuestro como mexicanos, se dieron en contra de gobiernos constituidos conforme a las leyes y que representaban el orden y la paz. El prolongado gobierno de Porfirio Díaz tuvo, desde luego, aciertos y equivocaciones, pero podemos caracterizarlo porque pacificó a nuestro país después de una larga cadena de invasiones, intervenciones, golpes de Estado y constantes guerras fratricidas. Por otra parte, inició la industrialización de México y abrió las puertas de par en par al capital extranjero, para que hubiera más empleos y pudiéramos progresar en la civilización. En las famosas fiestas del Centenario, en 1910, todo el mundo aplaudió y consagró a este gobernante patriota, honesto y sabio.
Sin embargo, un joven liberal y más inquieto, suspiraba por la democracia y tenía la fundada sospecha de que las últimas elecciones porfiristas no eran muy limpias. Como por medios pacíficos no pudo cambiar las cosas, Francisco I. Madero decidió la guerra y la historia de México volvió a ensangrentarse por no menos de siete años: el ejército federal no supo defender a las instituciones y, tras un millón de muertos de los 16 que éramos entonces, hubo necesidad de convocar a un nuevo Congreso Constituyente que fijara nuestras nuevas aspiraciones y nos organiza convenientemente.
Los Liberales de “Valle de México” sufrió, en aquella época, un verdadero colapso: su élite dirigente estaba identificada con el gobiernos de Porfirio Díaz y en ella destacaba, de manera prominente, un grupo influyente y poderoso de nacionalidad norteamericana. Pero esta élite, curiosamente, fue sustituida con rapidez, por una pléyade de liberales que hablaron un nuevo idioma: la auténtica fraternidad, decían, está en un nacionalismo bien entendido, y no puede fincarse en un capitalismo salvaje que produce dependencia y miseria. Y como estos liberales hallaron eco en toda la provincia mexicana, la Revolución, que se inicio como un simple problema electoral, pronto se tiñó toda de nacionalismo, en lo político, en lo económico y en lo social.
Así se puede constatar en la original Constitución de 1917 que redactó un Congreso Constituyente formado en su mayor parte por masones y presidido por el Luis Manuel Rojas. La constitución de 1917 destacó en todo el mundo por cuatro artículos de marcado sabor nacionalista y socialista, alternando con otros que seguían la tradición liberal.
Estos artículos fueron el 3º, sobre la educación; el 27, sobre la tierra y los campesinos; el 123 sobre el trabajo y los obreros y el 130 sobre la Iglesia Católica.
Los artículos 3º y 130 lastimaron profundamente al clero católico porque la Iglesia perdió su personalidad jurídica y, cosa muy importante, se la marginó de la propiedad, de la política y de la educación.
Los artículos 27 y 123 protegieron a las clases económicamente débiles: junto a las garantías sociales, cosa insólita, entonces, en el mundo. También estos artículos aseguraron la dignidad de la nación y la protegían de un capitalismo desmedido, asunto que lastimaba, también profundamente, los intereses capitalistas norteamericanos.
Todavía se discute, y más hoy en día, si la Revolución Mexicana tuvo razón de ser: nuestro nacionalismo ha ido desapareciendo; nos hemos vuelto a deslumbrar con el capital extranjero; y mientras crece nuestra pobreza y nuestras crisis económicas, un grupo muy reducido de multimillonarios mexicanos alternan con éxito entre los más famosos multimillonarios extranjeros (revista Forbes).
Para justificar a la Revolución Mexicana (que concluyó definitivamente al finalizar el gobierno de José López Portillo), basta solo mencionar un dato: durante los tres siglos de dominación española, durante todo el siglo XIX, y durante el prolongado gobierno de Porfirio Díaz, la población analfabeta de México estaba representada por el 95% de sus habitantes. De 1920 a 1940 este porcentaje bajó al 48%, es decir, que en 20 años de gobiernos revolucionarios se pudo hacer por la Nación, lo que no se hizo en cuatro siglos. En 1970 ya podíamos presumir de haber bajado el índice al 20%. Esto, desde luego, dice mucho a favor del desarrollo del país y de la extensión de una clase media y una cultura que antes no se conocía.
Sí se justifica, pues, la Revolución Mexicana, pero no podemos negar que ésta se ha venido debilitando, hasta desaparecer con la asunción a la Presidencia de Miguel de la Madrid: ante el grito desesperado de José López Portillo al nacionalizar la banca: “No volverán a saquearnos”, pronto vimos que el nuevo Presidente lo volvía a privatizar y establecía, como nueva modalidad de la economía, las privatizaciones estatales. Por si fuera poco, Carlos Salinas de Gortari modifica los artículos 3º, 27 y 130 para que quedaran al gusto de nuestros vecinos norteamericanos, y así, poder firmar el famoso Tratado de Libre Comercio. La cúpula masónica no pasó de dejar constancia de su disgusto, y este disgusto solo regocijó a la Iglesia Católica y al propio gobierno que se dio lujo de recibir a su Santidad, el Papa, con honores de Jefe de Estado…..
¿Qué había, pues sucedido? ¿Cómo, casi de la noche a la mañana, nos amanecemos con un país distinto?
Existe, desde luego, la explicación de que todas las sociedades se desenvuelven dentro de un movimiento dialéctico, pero yo lo entiendo mejor de la siguiente manera:
Por una parte el PRI y el Gobierno han experimentado una infiltración casi imperceptible, pero fundada, del Opus Dei y de nuevos y viejos intereses del capital norteamericano, en la misma medida que la masonería y los masones han perdido las posiciones claves y por otra parte, la crisis económica que estalló en 1970 se han prolongado en sucesivas crisis, cada vez más agudas, y todo porque el modelo internacional favorecen más los intereses extraños y la concentración de capital que los intereses propios.
Para finalizar quiero proponer las siguientes reflexiones: Toda revolución tiene como antecedente necesario una crisis económica. La guerra de Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana no pueden ser entendidas si no se conocen las crisis económicas que las precedieron y que las motivaron. Pero al final de cuentas ¿Qué es una crisis económica?
Frente a las múltiples disquisiciones que tratan de explicarla y que no han hecho más que confundirnos, yo estoy convencido de que una crisis económica no es otra cosa que la concentración del dinero en muy pocas manos.
Esto que mucha gente no puede decirlo por ignorancia o por interés ocultos, sucede en todo el país típicamente capitalista, porque en él la distribución de la riqueza favorece enormemente al capital, por encima de los otros factores de la producción y, además, porque existen, en este sistema económico, muchos mecanismos que impulsan la concentración del dinero, cada vez más, en menos manos: la inflación, las devaluaciones, el desarrollo tecnológico, los topes salariales, las privatizaciones, los monopolios, la educación selectiva, etc. Por eso, siendo como somos un país capitalista, Francisco J. Múgica, Heriberto Jara, Lázaro Cárdenas; por eso los liberales de 1917 quisieron darle a la Revolución Mexicana los tintes socialistas que influyera en una mejor distribución de la riqueza y evitaran, de raíz, la pobreza y todos sus derivados. Por eso nacieron los originales artículos 3º, 27, 123 y 130 y no dudaron en rescatar el ejido entre otras manifestaciones culturales de nuestras raíces prehispánicas.
Hasta 1993 nos parecía imposible un movimiento armado en nuestro país, pero la realidad nos despertó al despuntar 1994. Ya van 18 años y la situación en Chiapas todavía no se resuelve, como tampoco se resuelve la terrible crisis económica. Pero lo más grave es que no miremos el camino correcto cuando nos aferramos, como lo hacemos, a una política económica que ya probó su ineficiencia con los presidentes Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y el señor Felipe Calderón.
En fin, que las enseñanzas de la historia, de la sociología, de la política y la economía deben servirnos para algo más que discursos y declaraciones, para algo más que el conformismo y la pasividad.
A mi modo de ver, las crisis económicas sólo tienen dos salidas, y que a la postre resulta una sola: una nueva y mejor distribución de la riqueza. Sólo que ésta puede obtenerse por dos medios: uno violento, la revolución; y el otro pacífico, limitado, moderando el capitalismo salvaje con un auténtico nacionalismo, con una verdadera fraternidad, tal y como se plasmó en la obra gigantesca y constructiva de la Revolución Mexicana.