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sábado, 21 de septiembre de 2013

LA CAJA


LA CAJA
                                                               Luis Nieto


Antes del amanecer, las niñas se habían despertado. La mayor encontró una caja cuya tapa tenía una carta. La caja estaba sobre la mesa. La carta fue abierta por la niña, mientras su hermanita esperaba atenta para saber lo que contenía escrito.

Era un obsequio de su padre para ambas, ya que cumplen año el mismo mes. La menor a principios y la mayor a finales, aunque se llevan dos años de diferencia.

Era mediados de noviembre, hacía frío, y el regalo traía apenas un poco de felicidad a la casa.

Su madre salió el martes por la noche, hace casi una semana, ella no había regresado. Además su padre no vive con ellas, sólo esporádicamente envía regalos a las tres.  

Anochecía, las niñas no querían abrir la caja, no por miedo, sino era tal su tristeza que el sólo hecho de recibir algo de su padre, les era suficiente.

No dejaban de mirarse la una a la otra, ninguna siquiera hacía por voltear a ver la caja.

Se fueron a dormir. Había una calma que pesaba, era voluminosa, fatigante. Las vigas del techo crujían, caía el polvo. El viento soplaba entrando por las improvisadas ventanas, chuecas, remendadas.

Las niñas no tenían miedo, durmieron largo tiempo.

Amaneció, hasta a los grillos les pesaba emitir su canto. Se diluía en la espesura.

La caja seguía sobre la mesa. La carta en el suelo.

Un rayo de luz la cubría, dejaba entrever el escrito.   

La menor de ellas tomó la carta, la leyó, se quedó mirando a su hermana, volvió a tirar la carta al suelo, mientras la mayor salía al patio, en seguida su hermanita la alcanzó.
Estaban sentadas junto a un estanque, ahí les daba el sol, mejor que en otro lado.

A pesar de estar mejor situadas, viniera de donde viniera, el sol era insuficiente, sólo calentaba un poco las ropas y los cuerpos, nada más.    

Con esa insuficiencia, el sol era más cálido que una caja cuyo contenido, fuera cual fuera, no alteraría ni apaciguaría la ausencia, la calma, el frío, las sillas vacías.

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